Las décadas
comprendidas entre finales del siglo XV y principios del siglo XVI supondrían
un importantísimo período de cambio y transición no sólo para nuestra Península
Ibérica, sino por extensión, a nivel global, en esa nueva concepción del mundo
que desde entonces iba a entrar en escena.
No es de
extrañar, pues, que sea precisamente durante el transcurso de estas fechas, con
sus destacados acontecimientos, cuando La Historia (al menos la de tradición
Occidental) marca el paso de una Edad a otra, de la Edad Media a la Edad
Moderna.
La unión
dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón, mediante el matrimonio de Isabel
y Fernando en 1479 (conocidos como Reyes Católicos) supuso el nacimiento de la
Monarquía Hispánica, que llevaría a fin la Reconquista de la Península con la
toma del último bastión del Reino Nazarí de Granada, en 1492.
Y sería en ese
mismo año cuando el navegante Cristóbal Colón, al servicio de la Corona de
Castilla, “descubriría” (para Occidente) el nuevo Continente Americano, con su
llegada a “Las Indias”.
Por esos
mismos años, hacia 1482, en tiempos de ansia expansiva, se intensificaron las
exploraciones atlánticas portuguesas siguiendo la costa africana entrando en
contacto con el Reino del Congo, y doblando el Cabo de Buena Esperanza cinco años
más tarde.
Para el
protagonista de nuestra serie, el zebro, aquellas fechas marcaron también un
evento histórico, desgraciado en este caso, el de su propia extinción.
En apenas
medio siglo desde entonces desaparecería de sus últimos reductos pasando a
formar parte de ese nutrido elenco de especies de la megafauna ibérica que se
fueron, o mejor dicho, que hicimos que se fueran para siempre de nuestro solar.
Hacia la
década de 1480, en tiempos del reinado de los Reyes Católicos, el zebro era
registrado aún en las Ordenanzas de Sevilla que regulaban el tratamiento o
manufactura de los cueros, e incluso estaba presente todavía en las tierras
bajas del Segura:
“Otrosí , qualquier maestro oficial
que fiziere adarga , que sea de buen cuero bien adobado,y que sea llena del
tercio de enmedio, y seguida de los alaues;
y el adarga que fiziere de enzebro,
que la fagá de lomo, y su sobre lomo de cuero muy bien cortido y adobado”…
"Otrosí, que ningú oficial del dicho oficio de correeria, no examine adarga
de anta, ni de enzebro, ni de
vaca,..." (9)
“...el resto lo llenaban las malezas de riberas, vegas y sotos; malezas tan
frecuentes por las ramblas, ríos y tierras bajas de los campos de Murcia,
Orihuela, Totana y Cartagena, donde con las hierbas se criaban el venado, la «eucebra,», el corzo y los gamos, de los
que algunas manadas habían pasado á las islas de la costa”. (11)
Lucio Marineo
Sículo, en 1496, apoyándose en el antiguo mito griego que concebía al viento
del oeste como fecundador de animales, nos decía todavía del zebro que los
españoles llamábamos así a esta especie a partir del viento Zéfiro (Zéph(i)ros/as), que sopla desde
occidente. (14)
Yegua concibiendo del viento Zéfiro. |
Pero en 1576 y
1579, las noticias que transmitieron las Relaciones de Chinchilla y La Roda,
encargadas por Felipe II, eran otras muy distintas al respecto de la existencia
o presencia del zebro:
“Una especie de salbagina obo
en nuestro tiempo en esta tierra que no la ha havido en toda España, sino aquí,
que fueron enzebras”. (10 y 12)
“…y podrá aver quarenta años
que avia muchas enzebras en termino
desta villa y se a acabado ansi mismo la dicha caza”. (12)
Los hippos agrios ibéricos de Estrabón y
Posidonio, los equui feri hispanos de
Varrón, los equorum silvicolentum
leoneses de Tulio, los equiferis o hippagros hispanos de Oppiano, los equiferos dósinos de Isidoro de Sevilla,
los asnos monteses, onagros, mulos
salvajes, zebros o enzebras medievales, o las “salbaginas” a manera de yeguas
cenizosas mohínas del tránsito hacia la modernidad, habían desaparecido
para siempre hacia mediados del S.XVI, como pérdida irreparable de la esencia
salvaje hispana.
Lo único que
va a quedar de ellos, desde ese momento, y a lo largo de los siglos
posteriores, es un legado muy enrevesado, confuso y distorsionado, a partir de
varias concepciones.
Algunas de sus
características quedarían desde entonces acopladas y referidas a otros animales
de tal forma que con el paso del tiempo, y con la pérdida de memoria de las
nuevas generaciones sobre el conocimiento de la antigua especie salvaje, se
llegó incluso a la confusión sobre esa propia identidad.
El mismo
pelaje que Isidoro de Sevilla acuñara como “dósino”
o del asno (acertadamente o no en cuanto a etimología de dosinus), el color “murinus”,
de ratón, o cinéreo, de la ceniza, el grisáceo en definitiva, con una raya
asnal o mular sobre el lomo, y que suponemos quizás oscuro y adornado con alguna
raya en las patas y cruz, pasó a denominar a un tipo de pelaje, el cebruno,
acebruno o cebrón.
Sabemos que ya
en textos de la Baja Edad Media (S.XIV) los documentos describían con toda
clase de detalles a los caballos, pues eran un bien muy preciado y su valía o
valoración se fijaba entonces en buena medida por su tipo de pelaje. (23)
Alrededor de
doscientos nombres distintos en base a él, aparecen en escritos de los años
1364 y 1365. Por orden alfabético, encontramos en Barcelona y Ejea los términos
“açebrú”, “adzebruno”, “azebruno” y
“azembruno”.(23)
Así, con el
paso de los siglos, y hasta el presente, el pelaje acebruno, acebrón o cebruno,
serviría en la Península Ibérica para definir a los caballos que presentasen un
color gris ratón, con patas oscuras, línea dorsal, y algunas pequeñas rayas.
Caballo de pelaje "acebruno", "acebrón" o "cebruno". |
Este será un
aspecto muy a tener en cuenta cuando tratemos el tema de la Toponimia, porque
nos ayudará a comprender que quizás la sorprendente y desmesurada pervivencia
de abundancia de términos relacionados con el zebro al respecto de la toponimia
peninsular, al menos en algunos casos, tenga más que ver en realidad con otros
animales de rasgos, características o cualidades “traspasadas” desde el zebro,
que del mismo zebro.
Sirva por
ejemplo “El Charco del Acebrón”, en
Doñana.
Buen momento
también para comentar ese testamento o dote fechado en 1682, por el cual se
hereda un “jumento cebro de cinco años”
en Higuera de la Rede (Badajoz). (24 y 25).
Toda vez que
por aquella fecha, casi un siglo y medio posterior a su desaparición, el zebro
salvaje ni siquiera perduraba ya en la memoria de los más doctos que tenían
acceso a los trabajos donde éste fue mencionado, cabe suponer, no sin base, que
este “jumento cebro” no fuera otra
cosa que un tipo de burro o asno doméstico con alguna cualidad heredada, es
decir, o bien que tuviera el pelaje cebruno, gris, con línea de mulo, patas
oscuras, y algunas marcas como Cruz de San Andrés y ciertas rayas en patas, al
igual que los caballos acebrunos o acebrones, o bien que mantuviera ciertos
rasgos ariscos y bravíos, como luego veremos que se dijo de otro tipo de
ganado.
"Jumentos cebro" o Asnos cebrunos. |
Lejos de la Península,
sin embargo, donde aún se perdió más la ligazón con el extinto équido y su
recuerdo, el pelaje cebruno pasará a designar al caballo de color bayo más bien
oscuro, de color chocolate con tintes anaranjados, a la manera del ciervo,
especialmente en Sudamérica, probablemente por una de las confusiones más frecuentes
que sufrirá el término “cebro”, el de
ser entendido con posterioridad a la desaparición del animal como una
deformación de “cervo” o ciervo
(cebruno-cervuno).
Así, del
pelaje cebruno en la ganadería criolla americana se nos cuenta hoy que:
“Cebruno: este pelaje tiene un ligero matiz
tostado. Dice Solanet que "tiene poco de amarillo y naranja, mucho de
oscuro y siempre algo de tostado. Generalmente sus ojos dan también el color
cebruno. Muchas veces es cebrado por las rayas negruzcas transversas en los
remos y la del filo del lomo". Solanet indica que este nombre de pelaje
viene de una alteración rioplatense de la voz cervuno (piel de ciervo), y que
el color es análogo al de la nutria y al del ciervo canadiense.
Denominaciones:
Argentina:
barroso (se usa más para los vacunos),
cebruno (con z y con s)
Araucano: dümil, coipo (nutria o cualquier nombre que designe tostado o algo cebruno).
Araucano: dümil, coipo (nutria o cualquier nombre que designe tostado o algo cebruno).
Cualidades
y defectos:
Es
reconocida su resistencia. Los ranqueles tenían este pelaje.
Variedades:
Cebruno oscuro: es el que en los vacunos es barroso,
con nada de naranja, color tierra prácticamente.
Cebruno claro: que tiene más de naranja”. (26)
Reconstrucción de un caballo de pelaje cebruno americano. |
Una tercera
acepción de pelaje “cebruno” será el derivado de la cebra africana, quien
recibió su nombre de la zebra ibérica.
Aunque en este
caso, la principal característica se fijará, como es de lógica, siguiendo ya el
llamativo patrón rayado del équido africano (que incluso tomará el apelativo de
“cebraduras”) por más que no fuera ésta la característica principal, ni mucho
menos, que le valió ganarse el título onomástico de “zebra”.
Pelaje cebruno. Cebraduras. |
Aunque las
cebras africanas habían sido ya conocidas como hippo tigris o hippos
tigroides por los griegos, y mencionadas por autores latinos como Dion
Casio (S.I y II d.C.), Philostorgius (S.IV y V) o Timoteo de Gaza (S.V y VI
d.C.), autores musulmanes de los siglos X al XIV, y conocidas también en China
desde el S.XII, e incluso algún ejemplar llegó como regalo a la Corte de
Castilla en tiempos de Alfonso X (S.XIII) (donde fue nombrada como “asna
buiada, con bandas”), no se “redescubrirían” para Occidente hasta las grandes
exploraciones africanas portuguesas de finales del S.XV y principios del XVI.
(3)
La primera
mención a la cebra africana de la que tenemos constancia tras las exploraciones,
nos llega a través de Pigafetta (1591), que se basó en el relato de Duarte
Lopes, explorador del Congo entre 1578 y 1582, y dice así (3):
“Nace del mismo modo en esta tierra otro animal, que llaman Zebra,
común en algunas provincias de Barbaria y del África, el cual, siendo en todo
su aspecto como el de una mula grande, no es mula, porque cría descendencia, y
tiene el pelaje muy singular, de amplias listas de tres dedos, de colores
negro, blanco y leonado oscuro (…) tiene la cola como la mula, y llena de
manchas, y las patas y cascos como la mula, aunque su comportamiento es a
semejanza del caballo, sobre todo por su andar y correr, admirablemente ligero
y veloz, tanto que en Portugal y Castilla todavía se dice ‘veloz como Zebra’
(…), este animal se encuentra en grandes números, salvaje (…)”.
Vemos aquí
cómo se expone que en la Península Ibérica “todavía” se decía “veloz como zebra”, mantenido en el
argot popular evidentemente desde la característica del équido ibérico,
traspasada al africano después.
En 1611,
Covarrubias dejó escrito lo siguiente, cuando en el ámbito más docto, ya
empezaban a ser conocidas o mencionadas las cebras africanas:
“CEBRA, es vna especie de bestia que
parece al cauallo, aunque es tan cẽceña y enxuta, que tira a la forma de la
cierua; domase, anque con dificultad, y es velocissima
en su corrida, y dura en ella todo vn dia sin parar: criase en Africa, y asi el
nombre es Arabigo, ignoro su etimologia: si no se dixo Cebra, quase Cerua, con
transmutacion de las letras. A la muger que es muy arisca y braua, dezimos, pues
es como vna Cebra”. (3)
"Hembra de la zebra". Georges Edwards, 1758. |
Covarrubias, en apenas unas líneas, pone de manifiesto
toda esa confusión que ya se había generado con respecto al por entonces
desaparecido, olvidado y desconocido zebro ibérico.
En primer lugar, en apenas cien años, el término “cebra”
había pasado a designar a un équido subsahariano, del que ni siquiera se sabía
que había sido heredero del nombre del équido salvaje ibérico, extinto hacía
setenta, suponiendo Covarrubias que la etimología sería quizás arábiga.
Pese a ello, en un alambicado giro, trata de derivar
el nombre “cebra” del de “cerva”, porque le consta que es un dicho popular que
se ha mantenido en el acervo lingüístico hispano, el que “a la mujer que es muy
arisca y brava” se le decía en España que era “como una cebra”.
Como la gran
mayoría de las gentes desconocían ya por completo la pretérita existencia del
zebro, se empieza a pensar que la palabra ibérica “cebra”, “zebra” o “zebro”,
que verían en multitud de documentos, fueros y ordenanzas algo antiguas, debía
ser una deformación de “cierva” y “ciervo”, una antigua grafía de éstos.
Se entiende, no obstante, el por qué recibió el nombre
del équido ibérico a manos de los portugueses: Especie de mula fecunda salvaje,
burro de monte o asno salvaje, bestia parecida al caballo, velocísima, muy
arisca y brava. No podemos obviar tampoco el concepto de indomable, siempre
ligado al zebro.
Covarrubias, no obstante, dice que la cebra africana
puede domarse con dificultad…Seguramente llamó la atención de los primeros
exploradores, y se probó repetidamente su doma por si podía servir como animal
de provecho ganadero, algo que no fructificó, y todos sabemos cuán mínima y
anecdótica es y ha sido en todo caso esta circunstancia para dichos équidos
africanos.
La mayoría de descripciones de la época para la cebra
africana, durante los siglos XVI y XVII, parecen extraídas de dos fuentes
originales, la ya vista de Duarte Lopes en Congo, copiadas de unos a otros (Pigafetta,
Ortelio, Linschoten), y la del Padre Téllez en Abyssinia y Aethyopia, que muy probablemente
se basó en la obra del Padre Manuel de Almeyda: Historia de la Ethiopía, escrita hacia 1630, y que fue la fuente
primaria de la que beberían posteriormente Mr.Dapper, Jobo Ludolfo, La Croix…(1)
“No hay animal cuadrúpedo más bello en
la Abyssinia que el que allí llaman zécora. Es como un mulo y tiene todo el
cuerpo alternado de varios círculos con fajas blancas y negras; y colores tan
vivos y proporcionados, que no los podría coordinar mejor un pincel. Es verdad
que las orejas las tiene largas, por lo que a esta zéchora llaman los
portugueses burro do mato, esto es, burro de bosque o asno montés (salvaje)”.
Con
posterioridad, a partir del S.XVIII, se redactarían otras muchas descripciones
basadas tanto en estos autores, como en otros orientales, como en la
experiencia de los propios viajeros que poco a poco irían llegando a África.
"Zécora". Leutholf, 1681. |
Del extinto
zebro quedó, pues, como vemos, además del pelaje, recuerdo de su ligereza o
velocidad, así como del carácter bravío y arisco, al punto que también en
Galicia, y según cuenta Sarmiento en el siglo XVIII, llamaban de este modo a
ciertos bueyes ariscos:
“Supe este año de 1761 que en las caídas del Cebrero de Galicia,
llaman hoy cebros a los bueyes
ariscos". (1)
Que sepamos a
día de hoy, tras la extinción del zebro ibérico hacia 1540, sólo las Relaciones
de Felipe II (1576-79) vuelven a tratar la pretérita existencia de este animal
salvaje peninsular, hasta que en 1752, Fray Martín de Sarmiento le dedica una
completísima obra, a modo de investigación, en forma de siete pliegos, bajo el
título: “Disertación sobre el animal
cebra. Nacido, criado, conocido y cazado antiguamente en España, donde ya no se
encuentra”.
Más de
doscientos años de ausencia y olvido pasan factura, pero en líneas generales se
puede decir que es una obra estupenda, seguramente la más completa y valiosa
para poder entender algo sobre el zebro ibérico, que recopila la mayor parte de
información antigua y de la propia época del autor, y que por tanto, acierta en
muchas de las cosas que hoy sabemos, pero también se equivoca claramente en
otras.
La principal
conclusión a la que llega Sarmiento, y también uno de los errores más clamorosos,
a partir de un complicadísimo juego a modo de bola de billar a cuatro bandas,
es que onagros, zebros ibéricos y cebras africanas, son un mismo animal. Y digo
a cuatro bandas porque parte ya de la confusión de los autores de la Antigüedad
al respecto del término onagro, que sobre todo, define o señala al asno salvaje
africano, y por lo tanto, Sarmiento mezclará al menos cuatro identidades
específicas en una sola (si tomamos las distintas especies de cebras africanas,
serían aún más); asno salvaje africano, onagro o hemión asiático, cebras
africanas y zebro ibérico.
“Pásase a la África, y allí se ve la zebra en Congo, y en
Ethiopia, con el nombre de zécora, y citando varios autores, se prueba que
zécora, zebra y onagro es un solo animal que antiguamente nacía, y se criaba en
España”.
No obstante,
intuía ya Sarmiento que no andaba del todo muy acertado en esto, y que algo se
le escapaba, pero al fin que perseguía (del que hablaremos en otra ocasión),
bien le valía la pena en cualquier caso:
“Dirá alguno, y confieso que será cuanto se pueda oponer(…)Aunque
se suponga que en España hubo zebras, y que, en África, las hay hoy, acaso no
será un mismo animal, sino en el nombre. Luego o no se deben traer, o aunque se
traigan no serán fecundas (refiriéndose a “adaptables al medio salvaje de
España”)…al menos se debían domar y traer para
curiosidad y ostentación de la magnificencia real”.
Sarmiento
dejará constancia de que el nombre “onagro”, se empleaba ya en el siglo
anterior (S.XVII) para identificar al hemión asiático, aunque no fuera
consciente de ello, muy probablemente entremezclado con el zebro ibérico por
traducción o comparativa de los textos medievales, que echando mano de los
clásicos, habían traducido a su vez así al zebro en lengua latina (“e onager dezimos nos en la nuestra lengua
por asno montés o enzebro”) (1) y (4).
De hecho,
Nebrija, en su vocabulario Español-Latino de 1495, y en revisiones posteriores de
1532 a 1560, había escrito ya lo siguiente (3):
“Zebra, animal conocido. Mula syria”. “Mula syria. Por la zebra, animal bravo y
fiero”.
Y Sarmiento,
que cita a Nebrija, expone además la definición de zebra en el “Thesoro de las tres lenguas”, de 1614 (1):
“Zebra, especie de mula salvaje que se cría en la Syria y es muy
veloz”.
Litografía de un onagro (Equus hemionus). |
Volveremos a
tratar sobre el onagro en el próximo capítulo.
Como resumen
general de esta entrada, podemos decir que, con total certeza, tras la
extinción del zebro ibérico, el recuerdo del animal se fue apagando poco a poco
con el paso del tiempo, dejando como herencia varias de sus cualidades en
nombres de pelajes, así como dudas al respecto de a qué tipo de animal se
refería su nombre, pasando desde concepciones lingüísticas que se basarán en la
similitud “zebro-cervo”, algunas que lo confundirán con un tipo de bóvido por
quedar relacionado el precio y corte de su cuero o piel con el de las vacas, y
por ser denominados algunos bueyes ariscos como “cebros”, y sobre todo, generándose
una gran confusión entre el nombre autóctono ibérico “zebro”, el nombre popular
comparativo “asno montés”, la traducción medieval al latín “onager”, y el
traspaso del término “zebro” para designar y conocer desde principios del siglo
XV a los “redescubiertos” équidos subsaharianos, las cebras africanas, que
serán las más beneficiadas de esta herencia onomástica, principalmente por
ajustarse a la apariencia de una mula salvaje, fecunda, a la manera de asno
montés o caballo (según unos u otros), salvaje, arisca, brava, veloz, ligera, e
indomesticable.
Y así llegará
el concepto de “zebro” prácticamente hasta el S.XXI, envuelto en la bruma de la
confusión.
Crédito de imágenes:
Fotos 1, 3, 5 y 6, imágenes libres de derechos de Pixabay.
Fotos 4 y 9, imágenes libres de derechos de Wikimedia Commons.
Fotos 2, 7 y 8, imagenes de autores con una antigüedad superior a cien años, y por lo tanto libres de derechos.
La entrada más interesante de la serie para mí Sylvanus, que llena el hueco tremendo entre las fuentes medievales y nosotros.
ResponderEliminarCada vez estoy más interesado por este animal... Gracias!
Gracias a vosotros que seguís la serie, y os animáis a participar.
EliminarMe alegra contagiar ese interés y pasión por nuestro extinto zebro, que aún tiene muchas sorpresas por contar y desvelar.
Poco a poco intentaré ir plasmando todo cuanto he podido ir conociendo y asimilando durante muchos años, y especialmente, durante un intenso trabajo de investigación en estos últimos siete meses.
¡Saludos!.