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jueves, 10 de noviembre de 2016

LINCES EN ESPAÑA (II): LINCE IBÉRICO. EL PASADO RECIENTE.






Que nuestro lince ibérico ha sido siempre una especie muy desconocida y envuelta en un halo de cierto misterio, es algo indiscutible. Baste señalar el hecho de que la mayoría de nombres vernáculos de este felino lo conciben como un animal indeterminado, con características de otros distintos, bien sea por tamaño, pelaje, y sobre todo, por desconocimiento de hábitos y costumbres.
Lobo cerval, gatillop, gato rabón, gato clavo, gat cerval, lubicán, llop cerver, gato lobo, onza, tigre, gato bravo o gat arval, son sólo algunas de sus denominaciones a lo largo y ancho de nuestra geografía, poniendo de manifiesto que el término “lince” o “linx” es una nomenclatura poco frecuente o muy restringida, cuando no reciente, para referirse al  felino ibérico.
Un animal considerado siempre raro y más bien escaso respecto a otros, aun cuando en términos locales esto no parece haber sido exactamente un reflejo de la realidad, al menos hasta hace unas cuantas décadas.
Nos sumergimos hoy en algunos aspectos referentes a este endemismo ibérico, a través del pasado reciente, que continuará próximamente en el presente y futuro de la especie.


Mis primeras impresiones o conocimientos acerca del lince ibérico provienen, como los de cualquier otra especie, a partir de la publicación en la Enciclopedia Fauna de Salvat y los programas televisivos de “El Hombre y La Tierra”, del Dr. Félix Rodríguez de La Fuente.
Había ya por aquellas fechas de finales de los setenta y principios de los ochenta del S.XX una gran indefinición al respecto de cómo clasificar al gato ibérico.
“La última fiera de Europa”, también denominada así de forma algo romántica, aparecía en ocasiones como especie claramente diferenciada, con la nomenclatura científica de Lynx pardellus, sin embargo no terminaba de zanjarse la cuestión sobre si se trataba de una subespecie o tipo menor dentro de la variabilidad de la especie tipo Lynx lynx.
De hecho, frecuentemente se hablaba de “lince mediterráneo” o “lince ibérico”, pero en cualquier caso se puntualizaba entonces también que se había extinguido recientemente en Italia, Sicilia, Cerdeña y sur de Francia, aunque aún subsistía en escaso número en el Cáucaso, Balcanes, sur de los Cárpatos, Grecia, Albania, Macedonia y la Península Ibérica, estableciendo una clara correspondencia con las formas sureñas del lince europeo.
A partir de los años noventa, el lince ibérico parece alcanzar el consenso como especie diferenciada y circunscrita a la Península Ibérica, convirtiéndose así en el felino más amenazado del Planeta.

Mapa de distribución del lince mediterráneo (Lynx pardellus) a partir de archivo de Enciclopedia Salvat de la Fauna. Félix Rodríguez De La Fuente. Tomo 5. Salvat ed. 1970.


Hablamos ya en el anterior post sobre linces acerca de la problemática al respecto de definir y encuadrar en el espacio y tiempo a esas tres formas (al menos) de linces (Lynx pardinus spelaea, Lynx pardinus y Lynx lynx), y sus posibles relaciones en la Península desde algunos momentos a finales del último período glaciar y hasta prácticamente el presente, y veremos también, en otro capítulo, cómo se ha constatado por fin que el lince europeo (Lynx lynx) ha sobrevivido hasta tiempos muy recientes en nuestro país.
Por lo tanto, hoy nos centraremos más detenidamente en el lince ibérico (Lynx pardinus), y lo poco que sabemos sobre su evolución histórica en nuestro territorio.

El lince ibérico, en su forma actual, parece una tipología, o subespeciación de la especie Lynx pardinus spelaea, que seguramente se adaptó al sur de la Península en algún momento del último período glacial, en tanto en cuanto la especie tipo iba quedando arrinconada en el resto de Europa, tanto por los efectos adversos de la glaciación, como por la interacción con la nueva forma cercana, Lynx lynx.
Seguramente la llegada relativamente tardía de Lynx lynx a nuestro territorio impidió a éste asentarse de forma rápida mucho más allá del Pirineo y de la Cordillera Cantábrica, aprovechando aquellas condiciones aún propicias.
Por el contrario, la adaptación del lince pardo al sur peninsular, reduciendo su tamaño y haciendo del abundante conejo su presa base, jugó en su favor para, una vez llegado el actual interglaciar holocénico, recuperar territorios hacia el norte, a medida que el ecosistema mediterráneo iba ganando terreno.
Pero poco, muy poco es lo que sabemos acerca de las costumbres de este endemismo ibérico más allá de lo estudiado a partir de la década de los noventa del siglo pasado, cuando prácticamente todo lo aportado entra en juego a partir de las ya reducidas y muy particulares poblaciones de Doñana y Sierra Morena.

Los conjuntos faunísticos en yacimientos arqueológicos empiezan a ser menos frecuentes desde el momento en que el humano moderno comienza a abandonar su modelo de vida basado en la caza y la recolección, adoptando el sistema agrícola y ganadero, de forma que los asentamientos en cuevas son progresivamente abandonados y sustituidos por los asentamientos en poblados, donde la caza tendrá cada vez un papel más residual.
Con todo, aún durante la Edad del Bronce encontramos al lince ibérico bien representado incluso en yacimientos del Este peninsular, como en el de “Pic dels Corbs” en Sagunto, a escasos kilómetros del Mediterráneo.
Ya durante tiempos históricos, si al oso se le consideró en muy alta estima por su condición de pieza cinegética, y al lobo como componente faunístico indeseable y a erradicar, figura que encarnaba en sí misma al mal, del lince podríamos decir que quedó relegado al papel de auténtico desconocido, sin despertar un interés especial que no fuera mucho más allá del de simple curiosidad, y siempre englobado dentro de la categoría de alimaña.
Sorprende, por ejemplo, la cita al respecto de Martín Sarmiento, de 1760, en la que responde en un breve escrito al antiguo abad benedictino de San Pedro de Montes, quien le había enviado la uña y descripción de un animal cazado en los alrededores del Monasterio de El Bierzo que nadie parecía conocer en la zona, no habiéndose visto nunca nada semejante.
Sarmiento identificó de inmediato al animal como un lince, y se sorprendió de que hubiera pasado por animal extraño y aún tan desconocido en el país, siendo tan “dañoso” por los estragos que causaba…
Boreal o ibérico, lo cierto es que el lince nunca fue un animal bien definido o conocido a nivel global en nuestro país hasta tiempos muy recientes.

Lámina del lince Ibérico en la obra Fauna Ibérica, de Ángel Cabrera, 1914.


Menciones sobre el lince y su distribución aproximada en España pueden extraerse a partir de distintas obras como por ejemplo: Apuntes para el Diccionario Geográfico del Reino de Aragón. Partido de Cinco Villas. M. Suman, (1802), Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Pascual Madoz (1846-1850), La vida de los animales. Tomo I, Mamíferos. Alfred E. Brehm, 1881 o la obra de Ángel Cabrera; Fauna Ibérica. Mamíferos. (1914)

En el más reciente de ellos, de 1914, Cabrera advierte ya que en el Este y el Norte la especie parece haberse extinguido o cuando menos resulta ya muy escasa en aquel tiempo, mientras que en las anteriores, de principios y mediados del S.XIX, el lince, con sus distintas nomenclaturas, es citado en Aragón, Extremadura, Sistema Central e Ibérico (desde Gata hasta el alto Tajo), parte sur del Pirineo, Asturias y País Vasco, Andalucía (incluidas Sierra Nevada y Sierra Morena), y en las montañas poco pobladas de Valencia y Murcia, llegando incluso el felino hasta las puertas de Madrid y otras ciudades.

Pero ¿cómo saber cuántos linces había aproximadamente, o cuán abundante era la especie en tiempos pretéritos?
Imposible saberlo con certeza a día de hoy. Algún estudio reciente de investigadores españoles, publicado en Molecular Egology (2011), asegura que la especie presenta una escasa diversidad genética en los últimos 50.000 años, un solo linaje genético, y una estima que dice no haber superado nunca, ni en su mayor momento de apogeo, las ocho mil hembras reproductoras.
Si a ello le sumamos lo restringido de su distribución durante los últimos milenios, puede entenderse perfectamente que la especie sea, en sí misma, una reliquia muy delicada en cuanto a conservación.

Y con todo ello entramos de lleno a abordar precisamente este tema, el de la conservación del lince ibérico en nuestro país.
El lince ibérico fue protegido como especie en 1973. Desde entonces su caza quedó prohibida en España, ante lo que ya se intuía como un descenso alarmante de la población.
Superada ya la Transición, en la Etapa Democrática, hacia finales de los ochenta, los especialistas en lince ibérico del país realizaron un primer censo de la especie, en buena medida a partir de estimas y datos obtenidos por testimonios, citas o ejemplares cazados, desde los años sesenta en adelante. Sin embargo, no fueron éstas las únicas herramientas empleadas para realizar tales censos.
Si visitamos la web pública del MAGRAMA, podremos comprobar cómo las conclusiones oficiales al respecto señalaban que:

"En 1988 el tamaño de población se estimó en unas 350 hembras reproductoras, correspondientes a 1.100 linces. Ocho de las nueve poblaciones contenían menos de 65 individuos. Entre los años 1999 y 2002 (tomando como referencia 2001) se estimó que había 160 linces de más de un año de vida".
"En los años 80 (tomamos 1985 como fecha de referencia), en España se estimó que quedaban 1.136 linces de más de un año, repartidos en 9 subpoblaciones muy fragmentadas y aisladas entre sí que ocupaban un área de 14.569 km2.
En 10.669 km2 de este área se detectó reproducción regular, y se calculó que quedaban unas 350 hembras reproductoras. En las mismas fechas se estimó que en Portugal quedaban 45 linces, distribuidos en cuatro subpoblaciones (tres de ellas compartidas con España), que ocupaban un área de 2.400 km2.  
Entre los años 1999 y 2002 (tomamos el año 2001 como fecha de referencia), se estimó que en España había 160 linces de más de un año distribuidos en un área de 2.200 km2".
"Por lo tanto, en 16 años (1985-2001), el área de ocupación de la especie ha disminuido un 87%, el área con reproducción un 93%, el número de hembras reproductoras en más de un 90% y la cantidad de linces de más de un año de edad en un 86%".

Mapas de distribución aproximada del lince entre 1960-1985 (izquierda), y en la década de 1990 (derecha).


El texto deja bien claro que al menos en 10.669 km2 de esa área total de distribución del lince en España de 14.569 km2, se detectó reproducción regular a mediados de los ochenta.
Los censos se hacían en aquella época como se hacían también para el resto de especies, véase osos y lobos, de forma muy similar, y en estos dos últimos casos, siempre contando con algo de margen por arriba o por abajo, se acertó y se aceptaron los números. No tuvo por qué ser distinto entonces con el lince.
Últimamente escuchamos mucho la excusa de que con el lince hubo tremendos errores de cálculo, y que en realidad había infinitamente menos ejemplares que los estimados, de tal modo que a principios del Siglo XXI sólo quedaban 160 ejemplares, y que la gestión en la protección y conservación del lince desde entonces ha sido ejemplar, constituyendo en sí misma un auténtico triunfo, hasta tal punto que ha servido para rebajar el grado de amenaza de En peligro Crítico a En Peligro, y proponer ya una nueva catalogación a la UICN que rebaje todavía más el grado hasta Vulnerable, algo a mi juicio totalmente fuera de lugar.

En la obra de Alfred E. Brehm, de 1881, éste nos cuenta que su carne era apreciada para el consumo, y que su piel servía para distintos usos, a tal punto que cada año llegaban a Madrid, y sólo de las montañas vecinas, entre 200 y 300 pieles de linces.
El mismo Iberlince, en su página web, deja constancia de que:

"…A pesar de ello, hasta 1937 se comercializaban alrededor de 500 pieles de lince ibérico por año en el mercado peletero español".

Asumir un mercado regular de pieles de linces que al año habla de 200 a 300 sólo en los alrededores de la capital para 1880, y de 500 en el conjunto del país para 1937, deja entrever, muy claramente, que las cifras de linces debían contarse entonces por miles y miles de ejemplares.
Para otras especies de lince, si tomamos el lince rojo americano, que por hábitat y costumbres se asemeja más a la especie ibérica, comprobamos que la UICN nos dice que la densidad de lince rojo en Texas es de 48 ind. X 100 km2, que en cualquier caso, para Texas, nos da una cifra de alrededor de 334.000 ejemplares en un estado que tiene aproximadamente el mismo tamaño que toda la Península Ibérica.
Las densidades son variables, en Arizona o Nuevo México están en torno a 25X100 km2, en Virginia alrededor de 11x100 KM2, mientras que en México, aparentemente, las densidades son bastante menores, de apenas 5 ejemplares cada 100 km2.
Pese a que el lince ibérico era lo suficientemente abundante como para que todos los años llegaran sólo en pieles hasta trescientos ejemplares a Madrid en 1880, cazados en las sierras cercanas, o quinientos desde todo el país en el año1937, lo sería siempre en términos relativos respecto a otras especies, pero aun asumiendo esta circunstancia, tomando la densidad menor aplicada a México y aun aplicándola sólo a la mitad sur peninsular, obtendríamos una cifra para la Península Ibérica que rondaría los diez mil ejemplares, algo que probablemente se acercaba bastante a la realidad del lince ibérico en aquellas fechas de 1880.
De hecho, y aunque la influencia de la caza excesiva, la persecución de la Juntas de Alimañas, y los cambios en el paisaje, fueran importantes a lo largo del XIX y primera mitad del XX, podría asumirse sin riesgo a equivocarse en demasía que el lince ibérico llegó todavía en muy buenos números hasta 1950.
Fue a partir de entonces, con la entrada en España de la Mixomatosis del conejo en 1952, y posteriormente, en los noventa, con la EVH (Enfermedad Vírica Hemorrágica) del lagomorfo, cuando se produjo la disminución alarmante y continua del lince, con la combinación letal de los factores antes mencionados, mantenidos, perpetuados e incluso muy aumentados en el tiempo, junto al descenso vertiginoso de su presa base o potencial.

Conejo (Oryctolagus cuniculus), presa base del lince ibérico.

Aunque aparece en pequeño número, no fue el lince una especie muy frecuente en los recuentos de especies pagadas como premios por las Juntas de Alimañas durante el Siglo XX, seguramente porque el valor de su piel los abocaba a otros caminos de obtención de ingresos por su muerte.
Con todo, sólo en los grandes cotos privados del sur, donde los animales se cobraban como trofeos, y no como destinados a la venta de su piel, entre 1956 y 58, se cazaron 13 lobos frente a 21 linces.
Y si rastreamos datos de los que obtuvieron premio en las Exposiciones Nacionales de Caza, en 1950, 60 y 70, vemos cómo en 1950 y 1960, los números están muy a la par, 14 linces-16 lobos, 23 linces-24 lobos, y ya en 1970, el lince desciende, 28 linces-40 lobos.
Todo ello no viene sino a reforzar la idea de que la especie tampoco era todavía tan extraña ni estaba tan al límite.
Y es que incluso en tiempos tan recientes como finales de los noventa, entrado ya en vigor desde hacía unos años el LIFE de ayuda al lince, y en vistas a la solicitud de uno nuevo para iniciar su reproducción en cautividad, los investigadores del gato ibérico señalaban todavía en su Action plan for the conservation of the iberian lynx (Lynx pardinus) in Europe. WWF Mediterranean Program. 1998., que el lince ibérico mantenía una población de entre 628 y 787 ejemplares, repartidos en al menos nueve núcleos (uno de ellos exclusivo del sur de Portugal), de los cuales destacaban la Población Central de Sierra Morena Oriental, Montes de Toledo Y Villuercas (350-450 ej.) y el de el Sistema Central Occidental (Sierras de Malcata, Gata, San Pedro y San Mamede), con 75-95 ejemplares.
El total de núcleos, en áreas de Portugal, Castilla-León, Castilla La Mancha, Extremadura, Madrid y Andalucía, sumaban un total de 16.230 km2 de territorio lincero.
Apenas seis años atrás, 1992-93, podemos apreciar también que las técnicas de seguimiento y censos de los linces no eran tan "primitivas" y "fantasiosas" como ahora se pretende vender.
Había muchos estudios, y se trabajaba con cifras creíbles, sobre ejemplares documentados en el terreno.
De hecho, en esas fechas se capturó una hembra y se le puso radiocollar en la Sierra de Malcata (Portugal), se vieron allí dos ejemplares, se contabilizaron de 5 a 8 ejemplares en la parte portuguesa, y se habló de 58 en la parte española, en Sierra de Gata. Se mencionan además en el trabajo otros territorios portugueses con presencia constatada de lince (en Algarve, etc).
Podemos encontrar referencias a este trabajo en la Revista Quercus, artículo de Febrero de 1994. “Ecología y conservación del lince ibérico en la sierra portuguesa de Malcata”.
Este era el respetable panorama científico que vivimos los que ya andábamos interesados en estos temas por aquel tiempo.
Con la entrada del Life Ex-situ, hacia 2003, todo cambió de repente, ya no valía nada. Sólo entre diez o cinco años después, y argumentando el trabajo con fototrampeo y análisis genéticos de muestras...¿ya no quedaba ninguna de esas poblaciones, ninguno de todos esos linces de los noventa en Malcata, Gata, Gredos, Alberche, Montes de Toledo, Sierra Morena Occidental y Central, Relumbrar, Sierras Subbéticas, Algarve, Villuercas, Sierra de San Pedro...?.

Mapa de distribución del lince ibérico en España en 1998 (Según datos de Plan de Acción de Conservación de WWF) y mapa de distribución en 2003 (Según Iberlife).

¿Habíamos pasado de 700 linces en 16.230 km2 peninsulares a tan solo 160 ejemplares acotados o restringidos a dos pequeñas áreas de Doñana y Andújar?...

Se coja por donde se coja, se tome por donde se tome, desde un punto de vista totalmente objetivo para con la especie, la conservación del lince ibérico en España, desde su protección en 1973, y pese a todos los esfuerzos y atenciones, ha sido y aún es, al menos a mi modo de ver, un auténtico y rotundo fracaso al que le queda mucho por delante para poder hablar de cierto logro.

Nunca una especie endémica, tan acotada y restringida en su espacio vital y poblacional, podría ni debería ser catalogada, con los 400 ejemplares actuales censados, fuera de Peligro Crítico (como ya se ha hecho), y muchísimo menos aún, ir más allá buscando reconocimientos con otra como la de Vulnerable, sobre todo cuando las causas del declive siguen totalmente presentes y vigentes.

Pero dejando atrás el pasado, entremos a valorar, no sin cierta crítica, pero con ánimo conciliador y voluntad positiva, el presente y el futuro del amenazado felino ibérico, ya en el próximo capítulo.








Crédito de imágenes: 

Foto 1: Foto propiedad del Programa de Conservación Ex-situ del Lince ibérico que permite su uso siempre que indique como propietario al autor de las mismas.
Foto 2: Miguel Llabata sobre imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 3: Lámina de Fauna Ibérica de Ángel Cabrera, 1914.
Foto 4: Miguel Llabata según datos externos..
Foto 5: Imagen libre de derechos de Pixabay.
Foto 6: Miguel Llabata según datos externos.

2 comentarios:

  1. El lobo en Andalucia, el lince......lo de siempre muchos mamando la teta y sin pegar golpe.
    Me parece que la única alternativa es la cria masiva en cautividad y la creación de nuevos reductos por toda la geografia española alli donde se den las condiciones optimas para su reintroducción y si hace falta renovación de sangre se introducen los aportes necesarios, ya estoy viendo los in tegristas de turno diciendo no a mestizajes, preferible que se extingan por consanguineidad como las avutardas aragonesas, con lo facil que sería meter unos cuantos huevos en un nido de otra procedencia.

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    1. O el urogallo "cantábrico"...otro que se nos va por no traer ayuda o refuerzos del resto de Europa...las chorradas de las subespeciaciones, sobre todo si, además, éstas son consecuencia más que directa de los cortes poblacionales por acción antropogénica en el pasado.

      Pues muy de acuerdo con todo, José María.

      Bienvenido y muchas gracias por participar.

      Un saludo.

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