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sábado, 17 de octubre de 2015

EUROPA: EL RETORNO DE LOS GRANDES HERBÍVOROS (V). ALCES Y SAIGAS.




Al alce (Alces alces), enorme cérvido de las regiones Paleártica y Neártica, podríamos considerarlo como uno de los últimos colosos de Europa.
Por su tamaño, de entre 2’50 a 3 m. de longitud, 350 a 450 kgs de peso., y una altura en la cruz variable entre 1’40 a casi dos metros, el alce es, junto al bisonte y el oso, un componente de pleno derecho de la maltrecha megafauna europea.
Bien merece entonces una breve entrada al hilo de las anteriores, pues es un candidato que no debe faltar en nuestro soñado rewilding a la europea.


Los alces encuentran su hábitat idóneo o propicio en los inmensos bosques boreales de la taiga, aunque son capaces de instalarse también en zonas de tundra subalpina y bosques templados mixtos, siempre cerca de zonas húmedas como lagos, ríos, o zonas pantanosas, donde consiguen buena parte de su alimento.
Éste se basa principalmente en plantas leñosas durante el invierno, y hojas, brotes y plantas acuáticas durante el verano, entre las que podríamos destacar especies como pinos silvestres, sauces, álamos, abedules, abetos…
Debido a su capacidad transformadora y mantenedora de los ecosistemas, los alces se cuentan entre las especies más significativas a la hora de conservar espacios en condiciones naturales, siempre que los números se ajusten a las necesidades propias del ecosistema.
Un alce necesita alrededor de veinte kilos de alimento al día para su supervivencia, y además pisotea, defeca y orina en su territorio, con lo que una población bien establecida en un área, potencia el reciclaje de nutrientes favoreciendo la composición vegetal, el establecimiento de nuevos bosques, claros de pasto, en definitiva, la diversidad biológica de su entorno.


El alce europeo fue poco a poco arrinconado hacia el exterminio por la mano del hombre, desde su máxima distribución durante las fases Alleröd y Preboreal, hace entre 12.000 y 9.000 años, hasta hace apenas unas décadas.
En su momento de mayor distribución potencial el alce alcanzaba por el oeste las tierras de Irlanda y el Pirineo francés, pero la tala de bosques para agricultura y pastos, así como su caza, hicieron que en la Edad Media su distribución se hubiera replegado ya hacia al centro del continente, donde todavía era frecuente en las profundas selvas mixtas.
A principios del siglo XX, se le podía encontrar únicamente en la Península de Fenoscandia, en las repúblicas bálticas, y en algunas zonas de Polonia y Bielorrusia, además de la parte europea de Rusia.
En las últimas décadas su población ha conocido un ligero aumento desde alguno de sus reductos, y su expansión no ha tardado en reclamar parte de sus antiguos dominios, llegando a tierras de Alemania, República Checa, Austria, e incluso, puntualmente, Rumanía o Croacia.
Sorprende que, de toda Europa, únicamente Escocia (Reino Unido), haya tenido en cuenta un tímido intento por considerar la reintroducción en su antigua área de distribución.
No es el alce un animal conflictivo para con el ser humano, ni mucho menos, apenas podría argumentarse en su contra el peligro que puede suponer si atraviesa una carretera o si es molestado de cerca durante el celo (como puede suceder con cualquier especie de ganado doméstico), más bien al contrario el alce es aprovechado por el hombre tanto para extraer beneficios económicos a través de su caza, contados en cifras millonarias, como por el consumo de su carne, que en lugares como Suecia alcanzan la nada despreciable cifra del 14% del total del consumo cárnico del país, sin dejar de lado el enorme atractivo que suponen para el turismo de observación de vida salvaje, o la fuente de alimento que, en forma de recentales, juveniles o carroñas, pueden suponer para buena parte de los amenazados carnívoros europeos.
Se echa en falta, pues, más atención para tener en cuenta a la especie en la mayor parte de Europa Occidental, en todos los procesos de restauración y conservación de la naturaleza.



Si los criterios de recuperación, protección y conservación de vida salvaje, superaran la cerrazón de miras e inmovilismo al que nos tienen acostumbrados desde hace tiempo, al alce podríamos incluso tenerlo en cuenta como un componente que viniera a sumar biodiversidad en nuestro país.
No, no se escandalicen por ello, la lectura de esta afirmación tiene también una base argumentada, no es un añadido “porque sí”.
Aun cuando no esté probada su presencia en nuestra Península en ningún momento del pasado, pese a ciertas evidencias como los restos encontrados por el Conde de la Vega del Sella en Cueva de Balmorí (Asturias), e interpretaciones sobre algún cérvido representado en Tito Bustillo (Asturias), el alce quedó a las puertas de penetrar en nuestro territorio cuando el tiempo y las condiciones le fueron propicias, quedándose cerca del Pirineo.
Como tantas otras especies, sin nuestra presencia, el alce habría penetrado con toda seguridad a lo largo de las centurias y los milenios, estableciéndose, aun en bajo número, por todo el ámbito de la España Eurosiberiana, tal y como hicieron otras muchas especies que han llegado incluso hasta nuestros días, encontrando aquí su espacio.
Ya les he comentado en muchas ocasiones que si Europa quiere avanzar verdaderamente en la recuperación de niveles de fauna más normales, inevitablemente tiene que superar los complejos de restricciones y barreras mentales surgidas ya desde la total modificación de las condiciones, que la han condenado a no poder contar con lo que siempre fue su constante en número de especies, que ya sabemos, fue siempre equiparable hasta nuestra aparición e impacto con prácticamente cualquier otra zona del planeta.
¿Por qué no aprovechar entonces los espacios idóneos para aquellas que han conseguido sobrevivir en ambientes casi idénticos, y cercanos, y que a buen seguro habrían sido un relevo natural sin nuestra presencia?.

Parque Nacional de Aigües Tortes y Sant Maurici (Lleida).

Del mismo modo que los humanos hemos cambiado las condiciones para mal, también podemos invertir el proceso, ayudando en el sentido contrario, el de potenciar y sumar.
Y no les quepa ninguna duda de que el impacto no sería el de una especie “extraña” a nuestros ecosistemas, porque no lo es, más bien lo contrario, ciertas áreas del norte peninsular supondrían una equivalencia con los mismos ecosistemas en los que siempre habitó el alce por el resto del continente, siendo desde luego mucho más negativa la presencia masiva de reses domésticas, infraestructuras, u otras actividades perniciosas para con el medio en nuestro presente.


En la misma línea, y aun siendo una especie mucho menor que quizás no pueda quedar encuadrada bajo el título de “grandes herbívoros”, quisiera también volver a hacer mención sobre el antílope saiga (Saiga tatárica).
Cuando Europa, de forma natural, conoció momentos o fases climáticas que propiciaron los espacios áridos o esteparios abiertos, albergó siempre a componentes que los poblaron, ocupando su nicho.
Podemos hablar de gacelas, que fueron sustituidas hace algo más de un millón de años por ovibovínidos como Soergelia, que a su vez, llegado un nuevo tiempo propicio de expansión del ecosistema estepario, fueron remplazadas por el antílope saiga.
El antílope saiga esta incluso documentado en nuestro país en niveles Magdalenienses en la Cueva de Abaintz o en Altxerri. 



Estos mamíferos esteparios sobrevivieron en nuestro territorio hasta el tardiglaciar, y con el fin de la última glaciación se fueron replegando hacia las áreas esteparias del este de Europa.
Poco a poco sus efectivos fueron reducidos por el hombre en el continente, desapareciendo de Polonia y Ucrania hace algo más de un siglo.

Puede suponerse que las condiciones del nuevo período Interglaciar en el cual nos encontramos habrían propiciado su desaparición en la mayor parte del continente, aun cuando no hubiéramos cercenado la posibilidad de recuperación de la gran megafauna templada por el continente, ya que ésta habría mantenido la sabana europea, y los espacios esteparios secos y abiertos habrían sido muy limitados.
No sucedió así, y el bosque ganó terreno de forma desmesurada, sobre todo durante la fase conocida como Óptimo Climático Holocénico, en el Período Atlántico, hace entre 7.500 y 5.000 años.
Sin embargo, nuestra aparición e impacto, una vez más, jugó esta vez también en contra de la proliferación del bosque, dándose el caso que en algunas zonas la intensificación del uso de los suelos, mediante el hacha, el fuego, el sobrepastoreo, o el agostamiento de tierras, fomentaron, propiciaron y establecieron la aparición de estepas antropogénicas, como sucedió en nuestro territorio.

Bardenas Reales (Navarra).

Si hoy en día tenemos este tipo de ecosistemas en nuestro país, prácticamente imposibles de recuperar a otro estado, y resulta del todo inviable que las especies salvajes acordes a él puedan llegar de forma natural, por su propio pie, debido a todas las barreras infranqueables, ¿por qué no recuperar con nuestro apoyo alguna de aquellas que ya lo habían poblado en el pasado?.
Que un día los antílopes saiga se beneficiaron de las condiciones esteparias que el frío glacial propició en la Península Ibérica, es un hecho. Que con el paso al Holoceno desapareció la estepa y aumentó el bosque, es otro hecho. Que hoy en día, por acción antropogénica, la estepa vuelve a presentar grandes espacios en España, es una realidad manifiesta.
Que iniciativas para favorecer estudios y asentamientos de antílopes saigas en las estepas y páramos de Soria, Navarra o Aragón, habrían posibilitado una vía de escape a tragedias o procesos de extinción como la muerte de 120.000 antílopes saiga en Kazajistán (un tercio de la población mundial), sería también un hecho si se hubiera apostado o se apostara por un rewilding ibérico de forma decidida.

Europa no puede ni debe quedarse a “verlas venir”, con timoratas actuaciones de conservación y potenciación desde las mínimas y pobres posibilidades que le han llegado hasta el presente.
Hace falta ambición y perspectiva, pasada y futura, para avanzar por un camino que retome una normalidad de biodiversidad caída en el olvido.










Crédito de Imágenes:

La fotografía del P.N. de Aigües Tortes es de Miguel Llabata. El resto de imágenes de esta entrada son archivos libres de derechos de Wikimedia Commons y Public Domain Images.

4 comentarios:

  1. He leido con atención, el artículo, yo no soy partidario, de introducir especies que nunca estuvieron aquí, creo que antes del Saiga, tendriamos que preocuparnos por introducir el lince boreal, recuperar a la foca mediterránea, y llevar osas a Aragón donde solo quedan 2 osos, sin embargo el Alce, me produce dudas, y no por el Alce en sí, sino que una población de alces, quizás podría hacer que los lobos entraran para quedarse en Catalunya y los osos que tantos problemas dan porque atacan ganado equino y bovino, con el consiguiente cabreo de ganaderos, se centrarión en una presa de grandes dimensiones como el alce

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    1. Bueno, no sé exactamente a qué te refieres con "aquí", pero el saiga sí pobló en el pasado Gupúzcoa y Navarra. En la primera quedó constancia por sus grabados en la Cueva de Altxerri, datados hace 39.000 años y en la segunda, se encontraron restos fósiles de hace 13.000, en tiempos en los que, de forma natural, la estepa del mamut llegó hasta el norte peninsular.
      Igual que no hace demasiado se encontraron restos de buey almizclero en Girona, es posible que en futuras excavaciones se encuentre también al saiga en otras zonas del norte, además de las ya citadas. Así que, al menos en el caso del saiga, sí que podemos asegurar que fue una especie que tuvo presencia confirmada.
      Es verdad que el ecosistema de estepa desapareció de la península con el fin de la glaciación, y con él la mayoría de grandes mamíferos esteparios.
      Pero si hoy, y aun de forma antropogénica, hemos modificado a tal punto el entorno que prácticamente es inviable su recuperación, contando con amplios espacios esteparios antropogénicos, ¿por qué no repoblarlos al menos con las especies adecuadas que otrora sí los ocuparon?...Más aun, si cabe, cuando sabemos que no pueden hacerlo por su propio pie, o incluso se encuentran en grave peligro de extinción a nivel planetario.
      Las estepas ibéricas son un ecosistema totalmente artificial en el sentido antropogénico, así que cualquier cosa que en ellas habite, es producto del impacto humano, solo que ha llegado lo que ha podido llegar por su propio pie sorteando nuestros obstáculos, que es bien poco.
      Respecto a boreales, focas, osas...pues completamente de acuerdo.
      Y lo del alce, es muy similar al caso del bisonte europeo, no existen pruebas de que atravesaran el Pirineo, aunque sólo de momento, quizás nos llevemos alguna sorpresa futura. De cualquier forma, se quedaron ambos bien a las puertas de hacerlo, y no veo otra barrera para haberlo logrado con el tiempo que la presencia e impacto humano sobre estas especies, a las que fue arrinconando poco a poco hacia el Este. Lo más lógico es que sin nuestra presencia de por medio, con el paso de los siglos se hubieran asentado, al menos en el norte peninsular eurosiberiano, así que podrían ser considerados perfectamente como candidatos a sumarse como representantes o componentes aceptables en cuanto a niveles siempre presentes de megafauna, perdidos y nunca recuperados desde nuestra aparición.

      Respecto a que se centraran en ellos los lobos, dejando de lado el ganado, hay que empezar a desmitificar este tema, y hablar de forma clara. Los lobos siempre atacarán a las presas más fáciles, no existe ninguna regla de tres por la que prefieran de forma predeterminada a las presas naturales. Para ellos, la carne es carne, y cuanto más fácil mejor. Si los lobos prefieren las presas salvajes será porque las haya en abundancia y el atacar a las domésticas les suponga mayor molestia, es decir, que exista un cuidado sobre éstas, presencia humana, en forma de vigilancia, ahuyentando, o con mastines, etc.. factores que les lleven a alimentarse de otras que representen menor inconveniencia.
      Desde luego, entre perseguir y abatir grandes ciervos, buscar cervatillos encamados, trepar por los riscos a por cabras montesas, correr como locos tras corzos, enfrentarse a temibles contrincantes como jabalíes, o llegar a un prado "self service" con reses domésticas a montones, sin instinto salvaje, atolondradas, sin cuidados de vigilancia, etc...Pues ya sabemos a por qué van a ir siempre, esto es más de lógica y más "de cajón" que el resultado de dos más dos.
      Así que, sí, es necesario que el lobo tenga presas salvajes, pero no sólo esto. Para que dejen de depredar sobre las presas más fáciles, y se dediquen a las silvestres, hay que currarselo, sino, como si nada.

      Un saludo, y gracias de nuevo por participar.

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  2. Es verdad que lo comentas, esta claro que no habia leido con atención el blog, porque si es verdad que citas que el saiga estuvo en la península hace varios milenios. Me entristece porque tienes 100℅ razón conque los lobos siempre buscaran la opción más facil, así que el drama eterno está servido y el lobo jamás será bienvenido. Gracias este blog es necesario

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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